jueves, 11 de diciembre de 2014

Sassula: Arañas pollitos de Juan Filloy

ni un día sin ficción - Baires 2014

Después de semanas de viajes varios, estados febriles inesperados, diversas intoxicaciones, dolorosos exámenes finales y la resultante inactividad bloguense, juramos que será la última vez que los dejamos sin actualizaciones por el blog. Tenemos muchas novedades y habrá un update de diseño del blog muy pronto.

Por ahora, lo juramos por las Arañas pollitos. Como lo hace Sassula Vorobis, el protagonista de este relato de Juan Filloy, de su libro Gentuza (El cuenco de plata), que como todo libro de Filloy tenía siete letras pero un gran gran talento y un especial sentido de humor. Lo copiamos para explicarnos mejor y pedir las disculpas respectivas.

Volvimos. Salud!

Sassula: Arañas pollitos

Tanto para los delitos de poca monta como para los de categoría, la declaración de los testigos se hace bajo juramento. El Juez Instructor de ese tribunal era inflexiblemente estricto en la satisfacción de tal requisito, cumplimentándolo en persona.

En la ocasión -un proceso por estafas de gran calibre- el Secretario introdujo en su despacho a un sujeto cincuentón, deslavado, de modesta pero pulcra figura, acurrucado en medrosa timidez.

La vista zahorí del magistrado caló de inmediato la singularidad del testigo. Habituado a predeterminar por mera deducción psicológica los grados de sinceridad que trasuntan voces, modales, actitudes, transmitió al actuario su sospecha de estar frente a un testigo de complacencia, de esos que vienen "peinados" a mentir a la Justicia.

Previa recomendación de interrogarlo espiralmente -vale decir, comenzar por bueyes perdidos e ir apretando la inquisición hasta ceñirlo al poste de la verdad- procedió a tomar juramente a Sassula Vorobis:

- Bien. Usted ha sido citado como testigo en esta causa. Conforme a la ley, debe prestar juramento. ¿Jura por dios...

- Soy ateo. No creo en Dios, señor Juez.

- Respeto sus convicciones. Jurará entonces por la patria y su honor.

- No tengo patria. La mía, Estonia, desapareció en tratados internacionales tras la primera conflagración. En cuanto a mi honor, mejor no hablar. Lo perdí en campos de concentración de la segunda.  No puedo jurar por él.

(El Juez, todo aplomo y despejo, ni se inmutó. Se trataba indudablemente de un apátrida. Columbró cierto orgullo sutil en las respuestas y tuvo ya la certeza de que su modestia era taimada y su presunta timidez un ardid de testigo venal.)

- Señor Sassula Vorobis, el juramento es imprescindible. Es una formalidad sacramental impuesta por nuestro procedimiento para que el testigo se comprometa a decir la verdad, nada más que la verdad lo que supiera y le fuere preguntado. Usted debe tener algo que reverencie o respete para llenar este requisito. Jure por su madre.
- No tengo madre, Señor Juez.
- Bueno, por la memoria de su madre.
- No conservo ninguna memoria de ella. Imagínese: me abandonó a los tres meses.

(El juez, firme en su baluarte legal, sin amoscarse, atisbando de soslayo cierta malicia, atacó de nuevo):

-Comprendo su caso. No obstante, recapacite. ¿No hay algo en su corazón o su conciencia que, por lo menos, le cause miedo, pavor, pánico?
- Sí, señor Juez. Me horripilan las arañas pollito desde que, en el Mercado de Abasto...
- No siga. ¿Jura usted por las arañas pollito decir la verdad, toda la verdad, en cuanto se le pregunte?
- Sí, juro.

(El Juez, entonces, imponiendo a su voz una inflexión lóbrega, concluyó):

- Sí así no lo hiciera, que cientos de arañas pollito en su corazón y conciencia, se lo demanden...

La deposición fue larga y circunstanciada. Antes de firmarla, el magistrado la leyó medulosamente. Nunca nadie en su carrera judicial había sido tan verídico como Sassula Vorobis.-

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