sábado, 7 de diciembre de 2013

Ante la Ley de Franz Kafka traducido por Jorge Luis Borges


Este año terminamos uno de los cursos, leyendo, comentado y discutiendo entre todxs el famosísimo cuento "Ante la Ley" que obviamente le da nombre a este espacio -que pronto cumple dos años!- en la traducción que hiciera Jorge Luis Borges. Y nos dimos cuenta que no lo teníamos colgado ni comentado aunque es referencia recurrente en cursos y todo tipo de oportunidad.

Luckács, Deleuze, Guattari, Adorno, Blanchot, Benjamin, Canetti, Agamben, entre muchos otros realizaron interpretaciones filosóficas, políticas y psicoanalíticas de este breve texto fuera y dentro del marco de "El Proceso". En estos días vamos a postear la de Jacques Derrida, una de las que monopolizó el debate final del curso.

Por ahora, lo transcribimos. Salud


fascinarse en los muros, olvidar los días monocromáticos - Caldas 2013
Ante la ley

por Franz Kafka


"Hay un guardián ante la Ley. A ese guardián llega un hombre de la campaña que pide ser admitido a la Ley. El guardián le responde que ese día no puede permitirle la entrada. El hombre reflexiona y pregunta si luego podrá entrar. 'Es posible', dice el guardián, 'pero no ahora'. Como la puerta de la Ley sigue abierta y el guardián está a un lado, el hombre se agacha para espiar. El guardián se ríe, y le dice: 'Fíjate bien: soy muy fuerte. Y soy el más subalterno de los guardianes. Adentro no hay una sala que no esté custodiada por su guardián, cada uno más fuerte que el anterior. Ya el tercero tiene un aspecto que yo mismo no puedo soportar'. El hombre no ha previsto esas trabas. Piensa que la Ley debe ser accesible en todo momento a todos los hombres, pero al fijarse en el guardián con su capa de piel, su gran nariz aguda y su larga y deshilachada barba de tártaro, resuelve que más vale esperar. El guardián le da un banco y lo deja sentarse junto a la puerta. Ahí, pasa los días y los años. Intenta muchas veces ser admitido y fatiga al guardián con sus peticiones. El guardián entabla con él diálogos limitados y lo interroga acerca de su hogar y de otros asuntos, pero de una manera impersonal, como de señor poderoso, y siempre acaba repitiendo que no puede pasar todavía. El hombre, que se había equipado de muchas cosas para su viaje, se va despojando de todas ellas para sobornar al guardián. Éste no las rehusa, pero declara: 'Acepto para que no te figures que has omitido algún empeño.' En los muchos años el hombre no le quita los ojos de encima al guardián. Se olvida de los otros y piensa que éste es la única traba que lo separa de la Ley. En los primeros años maldice a gritos su destino perverso; con la vejez, la maldición decae en rezongo. El hombre se vuelve infantil, y como en su vigilia de años ha llegado a reconocer las pulgas en la capa de piel, acaba por pedirles que lo socorran y que intercedan con el guardián. Al cabo se le nublan los ojos y no sabe si éstos lo engañan o si se ha obscurecido el mundo. Apenas si percibe en la sombra una claridad que fluye inmortalmente de la puerta de la Ley. Ya no le queda mucho que vivir. En su agonía los recuerdos forman una sola pregunta, que no ha propuesto aún al guardián. Como no puede incorporarse, tiene que llamarlo por señas. El guardián se agacha profundamente, pues la disparidad de las estaturas ha aumentado muchísimo. '¿Qué pretendes ahora?', dice el guardián; 'eres insaciable', 'Todos se esfuerzan por la Ley', dice el hombre. '¿Será posible que en los años que espero nadie ha querido entrar sino yo?' El guardián entiende que el hombre se está acabando, y tiene que gritarle para que le oiga: 'Nadie ha querido entrar por aquí, porque a tí solo estaba destinada esta puerta. Ahora voy a cerrarla'."

Berlín, 1914.
Traducción: Jorge Luis Borges, 27 de mayo de 1938 en "El Hogar".


1 comentario:

  1. Hace apenas unos días un compañero, que tuvo el privilegio de haber entrevistado a JB todavía en su departamento de la calle Maipú, compartió conmigo la siguiente anécdota: "Estaba ante él, majestuosa presencia, junto a dos camarógrafos que me acompañaban. Mientras tomábamos un té –intuyo que atendido por Epifanía Uveda quien lo cuidó durante su ceguera– pensé en compartirle una inquietud. Le conté del problema que tenía en ciertas ocasiones de comprender lo que un texto o un autor intentaban transmitirme. Eso me hacía sentir mucha frustración. Quería saber qué opinión le merecía y, si acaso, tenía algún consejo para mí. Orientado por mi voz, se dirigió con esa particular cadencia, y me sugirió que cuando no comprendiese un texto, lo leyera una vez. Si al finalizar su lectura no comprendía el sentido, lo volviese a leer. Si aún continuaba sin lograrlo, lo intentara nuevamente. Pero, si al cabo de un par de veces no llegaba a entender cuál era el sentido de lo que estaba leyendo, tomara ese capitulo y lo transcribiera, palabra por palabra; y como última instancia, si eso persistía, lo escribiera con mis palabras”. Inmediatamente terminada la anécdota, recordé el cuento “Pierre Menard, el autor del Quijote”; y ahora este… Maravillosa fortuna de algunos de haberlo conocido. En mi caso leerlo, o acaso escribirlo!
    Pd: perdón de extensión del comentario.

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